Fertilizantes y huella de carbono
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El uso masivo de fertilizantes en grandes cultivos durante las últimas décadas está dejando una huella de contaminación, tanto en el suelo como en la atmósfera, que hoy comienza a mirarse con preocupación. Si bien es conocido gracias a numerosos estudios cómo el abuso de la fertilización (especialmente la mineral) daña el sustrato de cara a futuros cultivos, a menudo - y aunque acabe jugando en su contra - los cultivadores sólo tienen una cosa en mente: el máximo rendimiento en sus campos e instalaciones.
No obstante, no se trata sólo del uso que damos a estos productos, sino de cómo los abonos son fabricados, procesados y transportados. Y es que, al igual que sucede con muchos otros ámbitos y sectores, todos y cada uno de estos pasos causan contaminación. Curiosa paradoja...¿no deberíamos ser precisamente los cultivadores los primeros en cuidar el medio ambiente donde pretendemos plantar?
Agricultura y gases de efecto invernadero
La población mundial no cesa de aumentar, lo que significa que necesitamos cada vez más alimentos para poder soportar este crecimiento. Pero no sólo es la demanda de alimentos la que aumenta día a día, pues a parte de más comida también vamos a necesitar más piensos, fibras y biocombustibles, de manera que las previsiones son claras; mientras la población siga creciendo, la demanda de una serie de productos relacionados con la actividad agrícola aumentará proporcionalmente.
Y es que la previsión de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) nos habla de una población global de unos 9.000 millones de personas en 2050, aproximadamente un tercio más de la actual. Lógicamente, este aumento conlleva una mayor necesidad de alimentos y otros productos agrícolas, de manera que este sector deberá "actualizarse" y trabajar para que su actividad sea lo menos contaminante posible, reduciendo al máximo la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) y, en definitiva, la huella de carbono de su actividad.
¿Qué es la huella de carbono de un fertilizante?
Al hablar de huella de carbono de un producto agrícola (o de cualquier tipo de producto, de hecho), nos referimos a la cantidad total de gases de efecto invernadero producidos directa o indirectamente durante su ciclo vital, lo que implica desde su producción o fabricación hasta su transporte o uso. Así, hablamos de materias primas y cómo se consiguen y transportan, procesos de fabricación y producción, almacenamiento y transporte, comercialización o gestión de residuos, todo un abanico de actividades necesarias para conseguir dicho producto y que van dejando su huella en forma de contaminación.
Visto de este modo, comprar cualquier cosa ya no parece algo tan inocuo para el medio ambiente, ¿verdad? De ahí la importancia de este tipo de cálculos, pues necesitamos saber tanto cuánto contaminamos como qué podemos hacer para reducir nuestra emisión total de GEI. Y es que como veremos, la agricultura, a parte de presentar una serie de ventajas de cara al medio ambiente, no es precisamente una actividad inofensiva para éste, en especial cuando se ignoran una serie de buenas prácticas en el campo.
Huella de carbono y agricultura: ¿cómo reducirla?
Las emisiones de gases de efecto invernadero estan principalmente asociadas a tres tipos de gases: el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O), siendo CO2 y N2O los más producidos por el sector agrícola. Hoy en día, se calcula que el 25% de emisiones de GEI proceden de la actividad agrícola, la silvicultura y la ganadería, contando con fenómenos relacionados a ellas como la gestión de los fertilizantes o la deforestación.
Si nos centramos en el total de GEI emitidos por esta actividad, un tercio de ellos es causado por fuentes como las semillas, los productos fitosanitarios o los combustibles necesarios para llevarla a cabo, mientras que el resto, un 70%, se asocia directamente con los fertilizantes minerales, ya sea por las emisiones de gases una vez aplicados en el suelo como por su fabricación y transporte.
Sin duda, tenemos la capacidad para hacer que estos datos cambien y sean más benignos con el medio ambiente. Desde estrategias de comercio de proximidad hasta el uso de modernas fórmulas de fertilización más respetuosas tanto en sus procesos de fabricación como una vez en uso, aplicadas al campo. "Reinventar" el sector agrícola es un reto tremendamente complejo, pero realmente necesario teniendo en cuenta los datos de población mundial que hemos visto, así como otros factores como el cambio climático o la aparición de nuevas plagas y enfermedades. Por supuesto, técnicas de cultivo orgánico, control biológico de plagas o alelopatía deberán cobrar mayor importancia si queremos reducir la emisión de GEI a nuestra atmósfera.
Plantas alelopáticas y cultivo de cannabis
¿Cómo se asocian las plantas entre sí? ¿Podemos conseguir mejores cosechas gracias al cultivo simultáneo de otras especies vegetales? La alelopatía es un fenómeno por el cual un organismo vivo incide directamente en otros organismos de su entorno. En este artículo os contamos más y os explicamos cómo puede ayudarnos otro tipo de cultivo simultáneo a tener unas plantas de Cannabis más sanas y productivas.
Óxido nitroso o N2O: El enemigo público número uno
Sabemos que los 3 gases de efecto invernadero principales son dióxido de carbono, metano y óxido nitroso, siendo el primero y el tercero los más producidos por la agricultura. Aunque la cantidad total de N2O producido por este sector es bastante inferior a la del CO2, su efecto sobre la atmósfera es mucho más acusado. De hecho, el N2O es el gas que más efecto invernadero causa, con un poder de calentamiento global aproximadamente 300 veces superior al del dióxido de carbono. Pero, ¿cómo se produce exactamente este gas?
Pues el N2O se produce desde el suelo, ya hablemos de terreno agrícola como forestal, y sin que sea necesario el uso de fertilizantes nitrogenados para su emisión. De hecho, es producido gracias al ciclo del nitrógeno en dos procesos bioquímicos llamados nitrificación y desnitrificación. Durante el primero, y debido a la actividad de una serie de bacterias que consiguen energía del proceso, el nitrógeno amónico es transformado en nitrógeno nítrico o nitritos, que posteriormente se oxidarán y darán lugar a nitratos, las formas de nitrógeno asimilables por las plantas.
Por otro lado, la desnitrificación se da cuando el contenido en oxígeno del suelo baja, por ejemplo debido a un periodo prolongado de lluvias o riegos. En este caso, una serie de microorganismos sustituyen el O2 atmosférico por moléculas con alto contenido en oxígeno, como el nitrato NO3. Durante este proceso se genera NO, N2O y N2, de los cuales sólo el último resulta inocuo en términos medioambientales.
¿Qué tipo de fertilizante contamina más?
Utilizar cualquier tipo de fertilización, por orgánica que ésta sea, tiene su huella de carbono, pero...¿hay fertilizantes que contaminen menos que otros? ¿Cuál es el más contaminante? Pues se trata del mineral, y dentro de los abonos minerales, destacaríamos como más contaminantes los que contienen urea en vez de nitrato de amonio. Te contamos por qué.
El nitrato de amonio presente en muchos abonos es procesado a partir de amoníaco y ácido nítrico, y su huella de carbono depende principalmente de tres aspectos: El consumo de energía necesario para su fabricación, la materia prima utilizada para elaborar el amoníaco, y, por último, las emisiones de N2O producidas durante el procesamiento del ácido nítrico. Por contra, la huella de carbono durante la producción de urea es menor, pues el CO2 generado durante la producción del amoníaco queda absorbido por la propia urea. Sin embargo, este CO2 se va a liberar igualmente una vez aplicado el abono en el campo, y en el caso de la urea las emisiones de N20 por el proceso de nitrificación son superiores. Así, a la postre acaban contaminando más las ureas que los nitratos.
Por supuesto, la contaminación generada durante la fabricación de los fertilizantes depende en gran medida de las técncias utilizadas durante el proceso. Para que te hagas una idea: Producir un kilo de Nitrógeno para fertilizantes emite aproximadamente 7kg de CO2 a la atmósfera. Si se siguen las prácticas sugeridas por la Unión Europea en cuanto a técnicas y tecnología de producción (un concepto llamado BAT o Best Available Technologies), esta cifra desciende a 3.6kg de CO2, la mitad de contaminación para conseguir el mismo producto.
Otros fertilizantes comunes en el mercado y de los que se conoce su alta capacidad contaminante son el sulfato de amonio o el cloruro de potasio. Si queremos proteger al máximo nuestro entorno y futuros cultivos, siempre será mucho más recomendable el uso de nitratos. En un momento de gran crecimiento global y en el que ya la mitad de la gente del planeta depende de cultivos fertilizados con abono minerales, merece la pena fijarse en estos aspectos y tratar de reducir la contaminación innecesaria al máximo, ya hablemos tanto de la fabricación como del uso de éstos (se estima que la contaminación generada durante la producción es parecida a la generada por las emisiones de gases una vez aplicado el fertilizante en el campo).
La huella de carbono en el cultivo de cannabis
Como sucede con cualquier otra planta o vegetal, cultivar cannabis también puede ser altamente contaminante. Más aún si tenemos en cuenta la cantidad de extensión de cannabis cultivada hoy en día en interior, con lo que ello implica: uso de sistemas de iluminación, aires acondicionados, grandes extractores de aire, generadores de CO2 (que representan entre el 11 y el 25% de las emisiones totales de CO2 de la instalación), sistemas de riego y, por supuesto, pesticidas y fertilizantes. Si a la huella de carbono que hemos visto (sólo en fertilización) sumamos el gasto energético que esta actividad implica, pronto nos damos cuenta de que, a nivel medioambiental, los grandes cultivos que vemos hoy en día no representarían precisamente un ejemplo de sostenibilidad ecológica.
Para que te hagas una idea: en 2012 (y eso es, antes del auténtico boom de cultivo de cannabis surgido en Norteamérica), producir un kilo de cannabis era equivalente a 4.600 kilos de CO2 emitido, con un gasto en electricidad que ascendía a los 6 billones de dólares. Más o menos un 1% de la electricidad total consumida en los EEUU. Los números salen fácil; un solo porro de yerba "costaba" unos 2 kilos de CO2 en la atmósfera.
Otro ejemplo; en 2021, en el estado de Colorado, la industria del cannabis fue responsable del 1.3% de las emisiones totales de CO2 en todo el Estado, cifras similares a las de la industria de la minería de carbón o la recogida y gestión de residuos. ¿Uno de los principales problemas? Que al haber crecido el sector de manera tan rápida, muchos Estados todavía no tienen una legislación sobre emisiones de GEI respecto al cultivo de cannabis, así que no existen límites ni protocolos sobre cómo hacerlo de una manera más ecológicamente eficiente. Si tenemos en cuenta que el sector cuenta con una tasa de crecimiento prevista del 16% anual, estas legislaciones se antojan más necesarias que nunca para conseguir cierta sostenibilidad en esta actividad.
Como has visto, razones no faltan para que todos los cultivadores del mundo, ya sea de cannabis como de cualquier otra planta, nos "pongamos las pilas" e intentemos ver de qué manera podemos reducir la huella de carbono de nuestros cultivos. Desde el uso de lámparas LED en lugar de lámparas de alta descarga hasta los controladores de clima o, por supuesto, la utilización de abonos 100% orgánicos...¡todo ayudará a conseguirlo!
Feliz cosecha!
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Referencias:
- Fertilización y CO2. Implicaciones en la huella de carbono, Antonio Vallejo, Diego Ábalos, Ángela Téllez, Guillermo Guardia
- The carbon footprint of Indoor Cannabis production, Evan Mills
- Carbon footprint of fertilizer technologies, K. Chojnacka, Z. Kowalski, J. Kulczycka, A. Dmytryk, H. Górecki, B. Ligas, M. Gramza
- Carbon footprint analysis of mineral fertilizer production in Europe and other world regions, Frank Brentrup, Antoine Hoxha